Los futbolistas de antes eran feos. Salían mal hasta en los cromos. Tenían cara de proletario bajito y piernas de rinoceronte peludo. Se movían por el campo con más maña que fuerza. Mantenían sus intimidades a buen recaudo e invertían en negocios estables. Les faltaba gancho y envoltorio publicitario. Los de ahora conducen coches deportivos, visten trajes caros, se acuestan con modelas de discoteca y saben posar ante las cámaras. Los más ambiciosos venden su imagen al mejor postor sin el menor escrúpulo.
Por fin el glamour ha llegado al fútbol. Hasta ahora, a lo sumo se encontraba algún jugador estiloso. Pero ya no quedan excusas. Nike se ha propuesto dar un toque kitsch a la aburrida equipación deportiva de los futbolistas.
Arriba aparecen las nuevas Mercury Vapor Rosa. Ideales para ir a la compra con el típico chándal de zara. La pregunta es ¿tendrán el mismo éxito sobre el césped?
A la espera de la reacción del público, nos quedael anuncio protagonizado por Rivery(enseña del modelo). ¿Qué mejor que la pantera rosa para tan singular producto?
El domingo es el día lánguido por definición. Da igual qué hayamos hecho la jornada previa. El séptimo siempre nos sorprende con la energía mermada.
Todos los planes previamente acordados se van diluyendo en el tedio. Al final, simplemente se llevan a cabo aquellos básicos para la supervivencia. El resto de la jornada transcurre en una nebulosa. Poco a poco el tiempo pasa: el momento de realizar cualquier acción se esfuma.
Al final, sólo queda poner el despertador en hora para mañana. Para así poder comenzar otra apabullante semana durante la cual añorar constantemente los minutos perdidos el domingo.
Culto pero no pedante; cortés pe- ro no ceremonioso; rural pero no rústico: estas ideas elaboradas por Horacio en su granja de la Sabina han servido para formar el diseño moral del gentleman in- glés, aunque también pueden apli- carse a cualquier persona que busque la elegancia interior por encima de todas las cosas. Para ser absolutamente perfecto, este modelo humano tendría que habi- tar hoy un cuerpo anguloso, alto, flaco, con el vientre hacia dentro, desgarbado o ligeramente derrui- do, vestido con ropa de calidad un poco ajada, nunca a la última moda. Si existiera algún tipo con este estilo habría que ir a buscar- lo a donde fuera y tratar de hacer- se su amigo. Contrario a este ejemplar de Horacio es el moralis- ta, que nos indica con el dedo el aminocorrecto para llegar a la pastelería del cielo o el equivoca- do que nos llevará alcastigo eter- no. No son sólo algunos clérigos atormentados o los profetas dis- pépticos los que te amargan la existencia con sus anatemas; tam- bién hay políticos, periodistas y escritores que tratan de cambiar el mundo simplemente para aco- modarlo a sus ideas y no siempre por un interés bastardo, sino por- que son incapaces de entender la vida de otro modo. El moralista corrige tu mala conducta para que te asemejes a él y no hay más que sentir de cerca su halitosis para salir corriendo. Conformar la sociedad a su imagen o de lo contrario presagiar un cataclis- mo inminente es la obsesión que ocupa más de la mitad de su cere- bro. Como si fuera propietario de la ira universal, lo mismo le exci- ta un crimen contra la humani- dad que una simple zanja del ayuntamiento. Hay que ser diver- tido pero no superficial; escépti- co pero no cínico; irreductible pe- ro no implacable; firme pero no duro: estas ideas que Horacio cul- tivó en su granja de la Sabina no se han movido en 2.000 años y aún hoy sirven de eje de acero a algunos seres privilegiados. Tam- bién constituyen un sueño imposi- ble cuando se contempla la histe- ria de nuestros políticos y el láti- go de algunos escritores y perio- distas. Las sátiras de Horacio no carecían de desprecio, aunque atemperado por la ironía, ni de sarcasmo siempre sometido al buen estilo, más acá del bien y del mal. Quedan algunos ejemplares con este diseño en nuestro país y sólo por ellos es aún habitable. Aunque parece que están fuera del mundo, caballeros inactuales, sabios despistados, un poco anti- guos, son los últimos pilares que sustentan una sociedad llena de sujetos cuyo poder va infinita- mente más allá que su elegancia moral.