sábado, 8 de noviembre de 2008

Gentleman

Culto pero no pedante; cortés pe-
ro no ceremonioso; rural pero no
rústico: estas ideas elaboradas
por Horacio en su granja de la
Sabina han servido para formar
el diseño moral del gentleman in-
glés, aunque también pueden apli-
carse a cualquier persona que
busque la elegancia interior por
encima de todas las cosas. Para
ser absolutamente perfecto, este
modelo humano tendría que habi-
tar hoy un cuerpo anguloso, alto,
flaco, con el vientre hacia dentro,
desgarbado o ligeramente derrui-
do, vestido con ropa de calidad
un poco ajada, nunca a la última
moda. Si existiera algún tipo con
este estilo habría que ir a buscar-
lo a donde fuera y tratar de hacer-
se su amigo. Contrario a este
ejemplar de Horacio es el moralis-
ta, que nos indica con el dedo el
amino
correcto para llegar a la
pastelería
del cielo o el equivoca-
do que nos llevará al
castigo eter-
no. No son sólo algunos clérigos
atormentados o los profetas dis-
pépticos los que te amargan la
existencia con sus anatemas; tam-
bién hay políticos, periodistas y
escritores que tratan de cambiar
el mundo simplemente para aco-
modarlo a sus ideas y no siempre
por un interés bastardo, sino por-
que son incapaces de entender la
vida de otro modo. El moralista
corrige tu mala conducta para
que te asemejes a él y no hay más
que sentir de cerca su halitos
is
para salir corriendo. Conformar
la sociedad a su imagen o de lo
contrario presagiar un cataclis-
mo inminente es la obsesión que
ocupa más de la mitad de su cere-
bro. Como si fuera propietario de
la ira universal, lo mismo le exci-
ta un
crimen contra la humani-
dad que una
simple zanja del
ayuntamiento. Hay que ser diver-
tido
pero no superficial; escépti-
co pero no cínico; irreductible pe-
ro no implacable; firme pero
no
duro: estas ideas que Horac
io cul-
tivó en su granja de la Sabina no
se han movido en 2.000 años y
aún hoy sirven de eje de acero a
algunos seres privilegiados. Tam-
bién constituyen un sueño imposi-
ble cuando se contempla la histe-
ria de nuestros políticos y el láti-
go de algunos escritores y perio-
distas. Las sátiras de Horacio no
carecían de desprecio, aunque
atemperado por la ironía, ni de
sarcasmo siempre sometido al
buen estilo, más acá del bien y del
mal. Quedan algunos ejemplares
con este diseño en nuestro país y
sólo por ellos es aún habitable.
Aunque parece que están fuera
del mundo, caballeros inactuales,
sabios despistados, un poco anti-
guos, son los últimos pilares que
sustentan una sociedad llena de
sujetos cuyo poder va infinita-
mente más allá que su elegancia
moral.


Texto escrito por Manuel Vicent publicado por el periódico el País.

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